La tierra incomparable,
Ed. Planeta,
1997
pp. 273

 

 


In sintesi

Ese lunes —dos días después del cumplir los ochenta años— Agata se despertó y ahí estaba la idea”. Con esta frase se abre la historia. Agata es la misma protagonista de la anterior novela de Dal Masetto: Oscuramente fuerte es la vida. La idea que se le aparece es el viejo sueño largamente postergado de todo emigrante: el regreso a los orígenes.

Ante una familia sorprendida y también preocupada, Agata organiza su partida. Consciente de lo cambios que seguramente la esperarán, temerosa de que el encuentro borre las imágenes que su memoria conservó y alimentó durante tanto tiempo, dibuja con la ayuda de una nieta un minucioso mapa de Tarni, el pueblo italiano. En su primer viaje en avión realiza, por aire y en horas, la travesía del océano que cuarenta años antes había hecho en barco. Como todos los regresos, también el suyo estará signado por la incomunicación y los desencuentros con las personas y las cosas. Y la golpeará la realidad de una Europa signada por la xenofobia, los rebrotes del neonazismo y los skinhead enarbolando banderas con svásticas, el temible símbolo que Agata creía enterrado definitivamente en el pasado.

En un anochecer, a punto de emprender la vuelta, frente al lago y las montañas, Agata cerrará y abrirá los ojos y se esforzará por fijar esas últimas imágenes de Tarni, quizá para apresarlas y recordarlas después, cuando se encuentre de nuevo en la Argentina, con los suyos, e intente recuperar desde ahí la patria que perdió por segunda vez al regresar.


La prima pagina

    Ese lunes—dos días después del cumplir los ochenta años— Agata se despertó y ahí estaba la idea. Se le apareció mientras emergía del sueño y ahora llenaba todo el espacio de su pensamiento.
   Todavía con los ojos cerrados, sin moverse, Agata la reconoció y la analizó. No era una idea nueva. Las escasas palabras con que hubiese podido resumirla y expresarla eran las mismas que la habían acompañado durante cuarenta años: desde el momento que, después de cruzar el océano con sus dos hijos, había desembarcado en el puerto de Buenos Aires, donde la esperaba Mario, su marido, y había comenzado su destino de inmigrante. La idea siguió con ella en ese pueblo de llanura donde se habían radicado y todavía vivía, donde habían trabajado duro y visto crecer a los hijos, y partir a uno de ellos hacia la ciudad, y después los casamientos de ambos, la llegada de los nietos, las navidades que los reunían a todos una vez al año, la muerte de Mario. Y el tiempo había seguido pasando.

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