Siete de oro,
Ed. Planeta,
1991
pp. 204

 

"Siete de oro es mucho más que un libro, es un mojón del tiempo: del arrebatado tiempo de los 60 y del desconcertado tiempo de estos días en que vuelven las mismas dudas y las mismas furias." (Miguel Briante)


In sintesi

Un hombre joven aborda un tren y parte rumbo al sur del país. “Había dicho no a tantas cosas que ahora me resultaba demasiado fácil decir que sí a todo”, reza la primera frase del libro. Decir que sí a todo es estar en disponibilidad, flotante, llevado. La partida es también el viaje de una conciencia en busca de su propio nombre. Mujeres, hombres, luz, agua, piedras, fuego, son las sustancias eternas que alimentan la búsqueda. La definición de esa aventura hacia la identidad alcanza su claridad más intensa en el sueño de un tapiz, una escena donde se deshace y se vuelve a tejer un tapiz, para desentrañar en la abigarrada arquitectura del dibujo su intención agazapada. Lo que finalmente se revela es que el nombre buscado no estaba en ninguna parte del tapiz porque estaba en cada una de sus partes, en cada una de sus fibras, en cada símbolo, en cada nudo y color. Y había sido necesario violarlo para comprenderlo.

Dijo Osvaldo Soriano: “En este maravilloso relato de viaje (sobre todo de viaje interior) de un hombre joven al Sur argentino, Dal Masetto registra los amores, angustias y desencantos de la juventud de su tiempo como supo hacerlo Scott Fitzgerald en otra época y otra sociedad. Si sugiero este paralelo que puede parecer insólito es porque creo que ambos han pintado la desilusión apenas encubierta de una generación que pronto sería devorada por el escepticismo o por la guerra”.


La prima pagina

Había dicho no a tantas cosas que ahora me resultaba demasiado fácil decir que sí a todo. Cuando el tren arrancó no pensé en Bruna, en la confusión de las últimas semanas, en lo que pudiese significar a quel viaje. Prendí un cigarrillo y me puse a mirar por la ventanilla. Conocía demasiado bien la sensación que rodeaba las partidas. Era un sentimiento lavado, una forma de estar y no estar, una entrega que no hacía ni bien ni mal. No era nada. Conocía eso y los esfuerzos que había hecho más de una vez para encontrarle alcuna trascendencia, por convencerme de que se trataba de un comienzo, de una nueva posibilidad. Miré la extención de casas bajo el nivel del terraplén, aspiré el olor de las curtiembres y recordé que había frecuentado esas calles, que me había acercado a esas fábricas en busca de trabajo, que en algún tiempo, durante meses, había recorrido ese trayecto dos veces por día para ir a sentarme seis horas delante de una máquina de escribir. No había más que eso. Y parecía increíble que fuese todo. No encontraba en mí, por más que lo buscara, un indicio de pasión frente a esas cosas.

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