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Eduardo Sguiglia

Eduardo Sguiglia

 

L'intervista

 

Con dos novelas publicadas No te fíes de mí si el corazón te falla (1999) y Fordlandia (1997), ésta última elegida entre las cuatro mejores en Estados Unidos, Eduardo Sguiglia se constituye como un narrador diferente dentro del campo literario de nuestro país. Sus textos reconocen una tradición que parte de nuestra literatura y la exceden para insertarse con naturalidad en el policial negro o la novela de aventuras. Allí es posible rastrear las huellas de Hammet, Conrad y Melville pero también de nuestro Julio Cortázar. Los personajes que atraviesan ambas novelas intentan saldar deudas con el pasado u olvidar decisiones equivocadas, aunque siempre tenemos la sospecha de que hay allí algo más, quizá el intento de apresar algo que no deja de revelarse como inasible.

-¿Cuándo, dónde y por qué empezó a escribir?

Mi aproximación a la escritura no fue a través de la literatura. Yo publiqué en el año 84 una investigación sobre el movimiento obrero argentino. Mi primera obra de ficción es Fordlandia pero de alguna manera ya había incursionado en el género de ensayo y en el periodismo.

-Más allá de que tanto Fordlandia y No te fíes, se inscriban dentro de géneros, aventura y policial, la elección de narrar Fordlandia, es decir de narrar el proyecto de quien fue un símbolo del capitalismo y de su expansión, y luego, en su segunda novela un episodio de la dictadura, suponen un vínculo claro entre literatura y política. ¿Usted cree que la literatura tiene algo que decir acerca de la vida de la gente? ¿Para qué sirve la literatura?

A mí me parece que es imposible que un escritor, ni siquiera aquellos que hurgan sobre las cuestiones cotidianas de la condición humana, esté ajeno del mundo que lo circunda. A través de Homero, incluso, uno puede deducir en qué mundo vivía o en qué mundo vivían sus héroes mitológicos o las relaciones que mantenían entre sí. De modo que si bien, en primer lugar, lo que más me interesa al escribir un libro es que me entretenga a mí y también a los lectores, y considero que, en todo caso, hay buena y mala literatura, pienso que resulta muy díficil, hasta nocivo diría, permanecer indiferente a los problemas contemporáneos.

-Usted señaló en un reportaje que escribió Fordlandia sin haber viajado al Amazonas. ¿Eso fue una decisión estética?

No me pareció esencial conocer el Amazonas para escribir Fordlandia. Muchas de las novelas que admiro transcurren en paisajes o en ambientes naturales y no preciso saber si quien la escribió estuvo allí o no. Es una de las cosas maravillosas de la literatura. Llegué a Fordlandia a través de unas fotografías. No muchas, cinco, seis o siete fotografías que encontré en un libro sobre el Amazonas. Y me pareció importante darle vida y una historia a esas imágenes.

-A medida que leía Fordlandia pensaba en la película de Herzog, Fitzcarraldo. ¿Usted le quiso dar alguna dimensión heroica al proyecto de Ford o por el contrario quiso relatar minuciosamente la crónica de un fracaso?

Creo que lo que narra Herzog es anterior a Fordlandia y se refiere a los barones del caucho, al enorme boom del caucho de fines del siglo XIX. Más que la poética de Fitzcarraldo, me pareció interesante poder darle vida a un hecho que estaba congelado, perdido en el tiempo y se me ocurrió hacerlo de esa manera.

- ¿Hay mucha ficción o se trata de la reconstrucción de algún tipo de relato o episodio que haya tenido lugar?

El hecho real, que atraviesa la novela, es que Fordlandia existió. Pero hay mucha ficción. Hice un trabajo de investigación que me reveló que no abundaban los datos y registros históricos. Fordlandia era y es una historia muy poco conocida por los propios estudiosos brasileños.

-A pesar de que el proyecto fracasa uno no tiene la sensación de esa selva tenía algo para decirnos. No hay ninguna verdad que nos revele, ninguna sabiduría, sino una suerte de funcionamiento cerrado y hermético al cual el hombre parece no poder acceder. ¿Qué me podría decir al respecto?

A mí me sirvió mucho mi experiencia personal. Yo soy oriundo de Rosario y frente a la ciudad hay un delta con una vegetación exhuberante, que cualquier compatriota podría considerar selvática. Y todos los fines de semana, cuando tenía entre diez y doce años, fui con mis padres a una isla de ese delta, en una lancha particular, a visitar a un amigo de ellos, un trabajador ferroviario, que vivía en una casa de madera, muy agreste. Por entonces la zona no era tan frecuentada como ahora, que cada 15 minutos sale una lancha que recorre el delta. En aquella época era muy raro que alguien cruzara a las islas. Creo que aquella experiencia, por ejemplo que por las noches no hubiera luz y se escucharan murmullos provenientes del bosque o del río, me sirvió mucho para la novela. Yo, por entonces, no tenía una actitud de explorador. En verdad sentía miedo como cualquier ser humano que se enfrenta a lo exótico, a lo desconocido. De modo que si eso fue lo que transmití en la novela, lo comparto plenamente.

-¿En qué punto se parecen Ford y Horacio, el protagonista de Fordlandia?

No lo sé. Sí te puedo decir que me sentí a gusto narrando en primera persona a pesar de que uno pierde, de ese modo, la posibilidad de urgar a fondo a todos los personajes. Pero no podría decirte si Horacio y Ford se parecen. Creo que uno y otro asumen un desafío, sin tener la certeza del triunfo.

-En Fordlandia y en No te fíes uno descubre el nombre de los personajes narradores de un modo casi indirecto. ¿Usted lo trabajó de ese modo deliberadamente?

A mí me parece que cuando la narración es en primera persona no resulta sencillo presentarse. La atención está puesta en los otros, en lo que ocurre alrededor y uno debe apelar a distintos recursos para presentar al narrador.

- Piglia, refiriéndose al documental Shoa, señala que hay momentos de la experiencia del que fue prisionero en un campo de concentración, que no pueden ser trasladado a la palabra, es decir un dolor que no es simbolizable. En ese sentido, ¿qué dificultades le supuso trabajar con el
discurso de la tortura?

Muchas, sobretodo con lo que le pasa a Víctor Aguirre. Lo tuve que narrar y corregir varias veces para que el relato, la voz de Aguirre, no resultara escabrosa. Además pienso que nadie puede narrar desde la primera hechos terriblemente dolorosos, siempre hay una parte de pudor que uno se reserva y dice hasta acá llego. Intenté que no fuera algo terrible, sí verosímil más no terrible. Fijate que él oculta lo que hace con dos o tres guardias cuando logra escapar, esto también responde al mismo criterio. Con relación a la tortura propiamente dicha, elegí que le sucediera lo que le sucedió porque me pareció que era lo peor que le podían hacer a un prisionero. Creí que era lo más representativo del poder que un represor puede ejercer sobre sus víctimas. La ofensa mayor, la humillación más grande.

-Víctor Aguirre es saxofonista y yo pensaba en otro saxofonista de la literatura argentina, Johnny Carter el protagonista del cuento de Julio Cortázar "El perseguidor". ¿Qué persigue Aguirre?

A mí me parece que Aguirre trata de reencauzar su vida sin olvidar. Supongo que siempre deseó saldar cuentas con su pasado. Pero de alguna manera ese pasado lo excede individualmente, por más que él logre cumplir su promesa de ajustar cuentas con los represores. Pienso que a Aguirre le va resultar difícil saldar esa cuenta, no sólo en la novela sino a lo largo de su vida, porque es muy difícil saldar cuentas con semejantes acontecimientos. Elegí que fuera saxofonista porque pensé que es un instrumento musical que se lleva bien con el protagonista habida cuenta de su temple o de sus rasgos individualistas. El saxofonista, dicen, nunca se incorpora del todo a una banda. Es él, su instrumento y los otros que están por allí, en el escenario.

- Exactamente el final de la novela habla de un cruce, ¿a qué se refiere con eso? ¿qué es lo que cruza Aguirre?

A Aguirre se le presenta un dilema: seguir con su obsesión o integrarse a la realidad, simbólica o no, que significa su nuevo oficio. Perseguir la imagen que se le aparece de pronto entre la multitud o continuar con la música.

- ¿Está escribiendo algo?

Estoy a punto de empezar una nueva novela. Se sitúa en el tiempo de la conquista española. América durante los primeros tiempos de la conquista. A mi me parece un período fundacional, clave, y la literatura latino-americana le ha prestado muy poca atención hasta ahora.

Su respuesta es escueta y me doy cuenta que no quiere adelantar sobre su próximo libro. Dudo un poco, tengo ganas de insistir, de que me cuente de qué se va tratar pero digo muchas gracias y damos por terminada la entrevista.

por Mario Camara, Revista El Leedor, Buenos Aires. Nota publicada el 22-3-2001.

 


 

 
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