Solfeo,
Ed. Corunda, México,
1993
pp. 108

 

Quarta di copertina

Voluntariamente variada y sopresiva es la obra literaria de Enrique M. Butti, un escritor argentino atípico, más conocido fuera que dentro los límites de su país, más representativo del íntimo destierro de los desiertos argentinos que de los circuitos caracteristicos de la intelligentsia porteña, de Buenos Aires. De su inédita pero espontáneamente difundida El Club de los Depravados a sus novelas de aventuras “para adolescentes”, Butti hace acopio de una amplia y ecléctica gama de recursos y géneros.
Una voz personal sostiene los cuentos, novelas y obras teatrales de Enrique M. Butti, signada por la fuerza de la imagen en los momentos cruciales de la anécdota (reflejo quizás de su experiencia cinematográfica), por un humor desbordante y por un estilo cincelado hasta la transparencia.
En estos cuentos abunda el tratamiento de un fantástico-cotidiano , donde lo milagroso acecha a personajes que viven al margen de la Historia estentórea y heroica. No es casual que Butti reconozca su admiración, más allá de los inevitables Borges y Rulfo, por escritores nunca bien asimilados por la académica literatura latinoaméricana “for-export”, sobre todo por el uruguayo Felisberto Hernández, el brasileño Joao Guimaraes-Rosa, el argentino Manuel Puig y el mexicano Jorge Ibargüengoitia.


La prima pagina, da "La hilacha"

    La casa empezó a desvelarnos ya antes de comprarla. Mi Mirta, tan suave, tan imperturbable, saltaba de mis brazos en medio de la noche.
    - Acá hay gato encerrado – decía, encendiendo la luz, con una mueca maligna y los ojos extraviados. – Gato, sí, montés.
    - Mientras tanto yo navegaba en la inconsciencia; no veía más que un golpe de suerte en el echo de que nos ofreciera una mansión inmensa y amueblada por el precio en que se estaba vendiendo mi departamento en Río Seco. Un golpe de suerte similar al que me había traído con un nuevo trabajo a esta ciudad maravillosa. Mi falta de especulación es comprensible: si había conseguido que Mirta me mirara y me escuchara, y si ahora, increíblemente, éramos esposos y ella dormía en mis brazos, ¿cómo no aceptar cualquier ulterior milagro?
    - Hay que consultar a un arquitecto, a un escribano y a una curandera – dictaminó mi Mirta en la noche de la decisión, volviendo a mí rendida, como después de una larga cacería por la selva.
    El arquitecto describió lo que ya veíamos: que una parte de la propriedad (la que llamaríamos “zona residencial”: salas y salones y dormitorios) se encontraba en perfecto estado de conservación; que la parte de atrás (la que llamaríamos « el conventillo » : cocina, baños, cuarto de servicio) se encontraba en un estado “que eufemísticamente podríamos definir precario”.

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