El novio

 

 

El Novio,
Ed. Cuenco de plata, Buenos Aires,
2007
pp. 238

 

Quarta di copertina

El novio es inspector del Catastro y penetra en la intimidad de las casas en horas en que muchas mujeres solas suelen escuchar a Denis o a Aznavour soñando que todavía no han vivido el gran amor. En tiempos en que bastarían fotografías aéreas para descubrir construcciones abusivas, los inspectores tienen en verdad una misión secreta: denunciar a los apestados de enclaustramiento por cuya culpa el país se encuentra aislado en una rigurosa cuarentena. Pero El Novio descuida ese espionaje para dar rienda suelta a un instinto irrefrenable: conseguir el mayor número de novias posible, sin criterio ni prejuicios respecto de edades, medidas anatómicas, condiciones sociales o civiles, gracejo o apostura. Meticulosas anotaciones en una libreta le sirven para no confundir a las innumerables novias ni las citas con cada una de ellas, y para persistir en las mentiras que se ve obligado a inventar para seducirlas en los pocos minutos de su inspección.
¿Para qué las quiere El Novio ya que no busca sexo, sexo explícito por lo menos? ¿Adónde puede conducirlosu desenfreno? Sobre esta base Enrique Butti ha escrito una atračante y original novela de amor, humor y desasosiego.

 


La prima pagina

MUJER UNO

    Lo conocí una mañana en que estaba decidida a hacer cualquier cosa que me cambiara la vida. Nunca se me cruzó la idea del suicidio, pero aquella mañana yo podría haber enloquecido. Para mí, fue un ángel. Tocó el timbre. Yo estaba fumando en la cocina, encorvada sobre la mesa. Ese día había vuelto a fumar. Tocó el timbre y pensé en no atender porque era la hora en que vienen los cobradores, el cartero, los mendigos. Pensé en no atender. Apagué el cigarrillo. En mi vida nunca recibí una ayuda oportuna, en el sentido de que a pesar de ser una persona afortunada las cosas me llegan cuando ya no las necesito, y sólo el hambre que conocí en el pasadome hace aceptar algún buen manjar, estimarlo y agradecerlo. Todo eso me hace ir sorteando las degracias con una cierta alegría - no aquella mañana, es verdad -, y es esa suerte de sabidurí casera lo que me hace sentir afortunada. Apagué el cigarrillo. El timbre volvió a sonar. Me levanté y me arrastré por el corredor. Las puertas que se abren a ese corredor son las de dormitorios vacíos; uno a uno se habían ido, pero no, de esto no voy a hablar. Recorrí el pasillo. Abrí la puerta.
    Un hombre muy buen mozo sonrió y me dijo:
    - Buenos días. Soy inspector del Catastro Municipal.
    Me tendió un carné que yo no me interesé en mirar. Lo guardó. Mientras tanto seguía hablando:
    Estamos inspeccionando todas las casas. Si usted me permite, debería entrar para tomar algunas medidas y algunos datos. Son pocos minutos (...)

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